21 de marzo de 2012

Feliz día de la poesía


¿Recordáis vuestra primera cana? Es muy pequeña. Imperceptible visualmente. Pero siempre, tarde más o tarde menos, aparece. Ella es la prueba, que nos hacemos mayores.

Recuerdo cuando nació la mía. Veintiséis de diciembre del dos mil seis. Ninguno de los dos queríamos abordar el tema, por lo que nos distraíamos con cualquier conversación banal que ayudase a esconder aquello que sabíamos que tendríamos que afrontar. Se hizo de noche. Paseábamos por mi barrio adornado con luces de colores propias de la fecha. Ya no quedaba nadie en la calle. Solo nosotros huyendo de la verdad. Nosotros huyendo del silencio.

- Creo que tenemos que hablar.

Con esa frase, empezó la despedida. No fue una discusión. No había nada que discutir. Solo teníamos que empezar a asumir la realidad.

Con esa frase, y el riego de unas lágrimas posteriores, nacía en mi habitación, una hora después, una pequeña raíz capilar. El inicio de una madurez. La conciencia del final. No seremos piratas, los buenos no ganan siempre, la muerte es real, el amor se acaba.

Aprendemos a soñar rápido, sacar el máximo partido al tiempo de margen que tenemos antes de que suene el despertador.

Una parte de nosotros se va volviendo vieja, sabia, pesimista. Pero no toda envejece, en nuestra alma queda un resquicio infantil que, cada vez que esa condenada anciana canosa se despista, se aferra a un sueño. Así vivimos. ¿Sabéis como se llama eso? Sí, esquizofrenia.

¿Y qué sacamos nosotros de esta lucha de opuestos? Si nuestra anciana sabe perfectamente que todo va a finalizar, ¿por qué seguimos los caprichos de una cría insensata hacia caminos que ya sabemos que guían al precipicio? ¿Qué nos queda después de lanzarnos al abismo?


La respuesta, mi respuesta, es la poesía.
Eso es lo que nos queda después de un sueño, de un amor acabado.
No es poco.
Pensadlo
¡Feliz día mundial de la poesía!

La poesía. Pablo Neruda.

Y fue a esa edad... Llegó la poesía
a buscarme. No sé, no sé de dónde
salió, de invierno o río.
No sé cómo ni cuándo,
no, no eran voces, no eran
palabras, ni silencio,
pero desde una calle me llamaba,
desde las ramas de la noche,
de pronto entre los otros,
entre fuegos violentos
o regresando solo,
allí estaba sin rostro
y me tocaba.
Yo no sabía qué decir, mi boca
no sabía
nombrar,
mis ojos eran ciegos,
y algo golpeaba en mi alma,
fiebre o alas perdidas,
y me fui haciendo solo,
descifrando
aquella quemadura,
y escribí la primera línea vaga,
vaga, sin cuerpo, pura
tontería,
pura sabiduría
del que no sabe nada,
y vi de pronto
el cielo
desgranado
y abierto,
planetas,
plantaciones palpitantes,
la sombra perforada,
acribillada
por flechas, fuego y flores,
la noche arrolladora, el universo.
Y yo, mínimo ser,
ebrio del gran vacío
constelado,
a semejanza, a imagen
del misterio,
me sentí parte pura
del abismo,
rodé con las estrellas,
mi corazón se desató en el viento.