11 de enero de 2017

Homenaje a Y y a M

 Tanto tiempo ha pasado que ya los recuerdos de los recuerdos han desaparecido.
  Recuerdo vuestras caras, pero no vuestra presencia. 
  Recuerdo que me fascinaba la risa de Yona. Se reía con todo su cuerpo. Esa expresión corporal eran como ondas expansivas de una explosión que se había producido en su interior. De verdad, no exagero, era alucinante. La hacía reír sólo para ver el proceso una y otra vez. Alcancé una especie de habilidad sensorial para escuchar esa risa aunque estuviera en la otra punta de la casa. Su sonido me hacía feliz. Nunca había sentido eso.
  Amé a esa niña de tres años como nunca había amado a nadie. Yo decía para mis adentros, que era el sol que me faltaba en el cielo de esa tierra siempre nublada.
  No me extraña que al llegar a Sevilla lo primero que me llamase la atención fuera alguien que tuviese facilidad para reír. No era similar el proceso, pero sí la frecuencia. Pese a que su risa no me fascinaba, me reconfortaba, e incluso, fue haciéndose su propio espacio.  Durmiendo a su lado, no pensaba en todo lo que había dejado atrás, en otro país. Me ayudó a centrar mi atención en el presente que vivía. Me adaptaba a la que era mi ciudad natal, ya ajena para mí. Una vez establecida y acostumbrada, nuestros caminos se separaron. Por primera vez en mucho tiempo, la que se iba y abandonaba la ciudad no era yo.
  Dos tipos de amores muy diferentes quedaron atrás en el 2.016. Quería haceros un guiño, una especie de homenaje, por todo lo que me hicisteis sentir.
  Hoy lleno mis días con mi risa. No está a la altura de la vuestra, pero es propia y me hace feliz.